Amigos por siempre
Por: Gerson Abdiel Ponce Vidal
Estudiante de Comunicación
¿Qué día era? No recuerdo, pero ya estaba bien pegada la mañana que el sereno cubría mi ventana y el gallo de la abuela no dejaba de cantar. ¿Qué hora será?, me preguntaba a cada rato, si alguien hubiera visto las ganas que tenía de ir a la escuela no se las hubiera creído, y es que aquel día era el intercambio navideño en mi primaría Héroes del 68.
Recuerdo que de entre tanto escuincle yo fui el mero afortunado de que me tocara Catita, la niña más bonita del salón, y no es por presumir, pero estoy seguro que de toda la escuela. Siempre bien peinadita con su moño rojo y las rodillas sin raspar, su uniforme bien planchado y sin leche en las comisuras como las otras niñas de once años.
La verdad al principio me dio harta pena que la quise cambiar con Carlitos, pero el muy chillón rajó porque, según él, no le iba alcanzar para comprarle algo bonito, y la verdad lo entendí, yo tuve que trabajar dos domingos en el mercado con doña Mago para comprarle ese bonito calcetín rojo, que le serviría para poner su carta a Santa Clos, bueno, creo que eso entendí.
La verdad Catita tenía costumbres bien raras, ella no nació aquí, venía del otro lado, pero habían regresado a sus papás y hacía dos meses que vivía acá, en San Nicolás Tolentino. Según don Luis, el de la tienda de regalos y novedades “Don Luis”, cuando él estuvo en el norte era algo que los niños acostumbraban poner en las casas cuando era navidad. Yo como ni sabía mucho de eso le creí. A parte que me dijo que era el último y me lo dejaba en oferta.
En fin, ya era momento de que me fuera para la escuela, tomé mi mochila y fui por el calcetín rojo que me faltaba envolver, lo busqué por todos lados y no estaba, ni arriba ni abajo, ni aquí ni allá, cuando estaba a punto de despertar a mamá para preguntarle, vi como lo traía puesto en uno de sus pies, junto a otro calcetín blanco. Seguro trabajó hasta tarde y ya con la penumbra ni supo que aquel calcetín era mi regalo para Catita.
Recuerdo que con mucho enojo moví a mi madre hasta que se despertó, ella me veía con sus ojos entre cerrados y con un sueño tan profundo, que lo único que logré fue que se cambiará de almohada. Se lo quité y le pasé la plancha por encima para que se viera como nuevo. Me fui corriendo enojado que se me olvidó el papel crepé para envolverlo, pero eso no hizo falta, porque cuando llegué al salón, ahí estaba Catita, recibiendo un calcetín rojo por parte de Carlitos. Pinche Carlos.