Cómo mi experiencia en el IDHIE me ha sensibilizado
Fernando Flores
Licenciatura en Comercio Internacional
En lo personal, siempre he creído que durante nuestra vida vamos tomando diferentes ideas que nos van formando como personas, nuestra ética y que moldean la forma en la que pensamos e inclusive cómo nos expresamos en nuestro espectro político. Durante nuestra formación como niños de primaria y secundaria, y como adolescentes de prepa, pasamos por diferentes etapas que nos moldean y van haciéndonos cuestionar lo que somos como personas, pero no es hasta que llegamos a la universidad que entramos a un espacio donde las ideas son múltiples y por ende existe una fricción que de alguna manera u otra, nos escupe al mundo laboral como personas completamente diferentes a las que ingresaron a dicha institución. Al menos en este contexto, es mi caso.
Nací en el seno de una familia conservadora de orígenes judíos y crecí con muchas ideas que en la actualidad no son correctas, y que además podríamos encasillarlas como algún tipo de violencia. Si alguien me hubiera preguntado, mi yo de hace unos años no era tan amigable, un poco homofóbico, transfóbico, de corte libre mercado, intolerante, nacionalista, sionista y hasta racista podría llamarme. El feminismo moderno para mí era un movimiento detestable y me parecía ridículo, e indeseable las diversas formas en las que se expresaba, como, por ejemplo, la marcha del 8 de marzo. Muchas cosas que en un mundo tan intolerante como el nuestro ya no tienen ni deben de tener espacio. Además de lo ya mencionado, era una persona sumamente alejada de problemáticas y otras realidades como la pobreza, las desapariciones, los feminicidios y tendía a culpabilizar y revictimizar a los afectados y las afectada que vivían esta realidad diferente a la mía.
Durante mis últimos dos años de prepa tuve mis primeros acercamientos con el sistema educativo ignaciano, junto con todo lo que conlleva la filosofía ignaciana y el “magis”, un acercamiento a problemáticas sociales y a realidades que nunca había podido experimentar en otras escuelas en las que había estudiado. Durante mis últimos dos años en Prepa IBERO fui muy reacio a cambiar, de hecho, debatía constantemente con mis maestros, entre uno de ellos Roberto Longoni quien actualmente da clases en la universidad y volvió a ser mi profesor de ARU. Cuando por fin entré a la universidad, me di cuenta de que no solo estaba muy alejado de la realidad, sino que también estaba bastante desubicado y que lo que yo normalizaba violentaba otras personas.
Con el pasar de mi carrera, las diversas materias que mi plan de estudios requería, los diferentes ARUs, las diversas actividades y ponencias que la IBERO organizaba, entre otras cosas, me fui abriendo a escuchar otras voces, otras perspectivas, otras vivencias. También tengo que agradecer a diferentes profesores que me marcaron y me hicieron desafiar y reflexionar mi pensamiento y varias ideas que tenía, pues sin ellos esto no hubiera sido posible. El profesor y las profesoras que más me marcaron fueron Roberto Longoni, Clarisse Tishman, y Adriana Apud, a quienes estaré eternamente agradecido porque de alguna u otra manera sentí su apoyo en momentos difíciles y su guía en sus clases despertó cierto interés por el cuestionamiento de mí mismo y de lo que soy como persona.
Al término de la pandemia pudimos regresar a la universidad y realmente muchas cosas habían cambiado, absolutamente todo se sentía diferente e inclusive la interacción con las personas se sentía distinta y esto fue, al principio, un impedimento para lo que realmente es el propósito de una casa de estudios, el enriquecimiento de la mente a traves del intercambio de ideas y la confrontación de estas mismas. Cuando regresamos de manera presencial, me encontraba ya en mis últimos semestres, y era momento de cursar mi servicio social, fue ahí cuando comencé a pensar en dónde lo haría y si realmente quería llevarme una experiencia sin trascendencia o demostrarme a mí mismo que podía con temas que tal vez me sobrepasaban. Durante el proceso de convocatorias por parte de las diferentes ONGs y organizaciones me crucé con el IDHIE, y aunque había escuchado que la carga de trabajo era pesada, trataba temas difíciles y no buscaban personas del área de Negocios, también había escuchado que hacían cosas increíbles, de importancia, y que la lucha por los derechos humanos era el pilar de la institución lo cual me llamo mucho la atención. Sin pensarlo 2 veces mandé un mail, llevé mi solicitud, me entrevisté y ese mismo día fui aceptado en el IDHIE. Al principio estaba bastante nervioso, pues no sabía que era lo que realmente me esperaba, pero con el paso de las actividades y mientras más se nos incluía en eventos con colectivos de diversos orígenes, fui dándome cuenta de que al final todos buscamos un objetivo, el bien común.
Asistir al conversatorio de Kenya Cuevas fue un parteaguas para mí. Aunque ya había visto un podcast de ella, escucharla en vivo fue una experiencia bastante enriquecedora. Escuchar la furia, el coraje y el enojo de aquella mujer, el cómo cuenta la historia de su vida, te deja helado y pensando en retrospectiva muchas cosas. Para mí fue un llamado a decirme y preguntarme: “¿Ejercemos violencia sin pensarlo? ¿Soy intolerante?”, toda mi vida me había conducido por ideas que deshumanizaban a la comunidad trans y el tener en frente a alguien como Kenya me hizo humanizarla, empatizar con su vida y su lucha, pero más importante, entender cómo debemos de cambiar como personas para procurar una sociedad armoniosa.
Por último, quiero hablar de mi experiencia en eventos organizados por el IDHIE, más concretamente hablando del Encuentro Nacional de Colectivos de Familiares de Personas Desaparecidas y la presentación del libro de Pueblos Unidos. Aunque ambos eventos fueron separados y abordaron diferentes temas, al final llegaron a la problemática de las desapariciones. Yo considero que mientras vamos creciendo, y sobre todo en el contexto económico y social en el que nos encontramos, estamos blindados de muchas problemáticas, una de ellas siendo las desapariciones. No fue hasta que llegué al IDHIE que me pasó por la cabeza una idea más materializada de lo que es un desaparecido y de lo que implica, no solo para los familiares de las personas desaparecidas, sino también para la sociedad y el estado. En definitiva, y desafortunadamente, es una realidad de la cual estamos bastante alejados, pero una vez que les he puesto voz y cara al sufrimiento de las personas, puedes empatizar, entender y hasta inclusive luchar a su lado.
Y así, con cada experiencia vivida, con cada rostro y voz que escuché, mi mundo se fue desmoronando y reconstruyendo, desprendiéndose de los prejuicios que había heredado y dando paso a una nueva perspectiva. He aprendido que la verdadera riqueza de la vida radica en la empatía, en el reconocimiento de nuestras diferencias y en el esfuerzo constante por cambiar y evolucionar como seres humanos. Ya no soy la persona que entró a la universidad con una mente cerrada y un corazón endurecido; hoy, me enfrento al mundo con una visión más amplia, comprometido en la lucha por los derechos humanos y la igualdad. Porque si algo me ha enseñado la vida, es que solo al abrazar la diversidad y alzar nuestra voz en solidaridad con los demás, podemos empezar a construir un mundo donde cada persona tenga la oportunidad de florecer y ser libre.