Esperando el aullido
Alonso Rojas Cruz
Literatura y Filosofía
El silencio nace de la angustia de tu alma, de una conciencia sometida, sobajada, por una cárcel que no es sino el cuerpo. Pero, ¿y si esa maquinaria catalogada como perfecta por los biólogos de repente no reaccionara?, ¿eso no lo vuelve un grillete de mayor crueldad? El que no responda tu máquina demuestra lo in- humano del cuerpo. Tú, alma. Tú, conciencia. Breve manifestación de la idea creadora, arrojada con violencia al mundo para experimentar mediante los sentidos, a través de esos engañosos barrotes el dolor. Pero no es dolor lo que ahora sientes, no es la pena lo que verbera en tu pecho, tu malestar es un grito torcido, atorado, la angustia de la muerte acompasada por la más honda de las pen- umbras. No voltees, no te atrevas. De cualquier forma, no puedes. La auto prohibición te induce el vago deseo de quebrar tus miedos y encontrar… ¿encontrar qué cosa? La forma del miedo. En tu cabeza danzan los espectros, tu más próximo referente son las taquilleras películas de suspenso. La imaginación se vuelve tu castigo. ¿No sería mejor acabar con la espera? Termina con la sensación contenida en tu pecho. Atrapada contigo. Envolviéndote con más fuerza que la manifestada por tu desconectado cuerpo. Si algo te fuera a lastimar, ya lo habría hecho. ¿O acaso eso que te inmoviliza espera el exquisito instante de contemplación? Quizá quiere gozar del brillo de tus ojos producto del miedo, para luego, por su mano, extinguirlo. Entonces, mientras no te muevas, mientras no voltees, estás a salvo. Sólo aguarda al alba. ¿Qué hora es? No puedes (igual, no te atreves) extender tu brazo para consultar la alarma. Podrías gritar, alguien dentro de la casa vendría corriendo. Necesitas la confirmación de que sobre ti no hay nada. Gritas. Un hilo de angustiosa voz trastabilla entre tus labios. Lo in- tentas otra vez. Otra vez sin éxito. La tercera logras producir un sonido parecido a vocal que se torna en quejido. El miedo mezclado con el esfuerzo hace brotar sobre tu sien una gota de sudor. Resbala por tu piel hasta acariciar tu mejilla. Es la manifestación líquida de tu grito inlogrado, la única parte de tu cuerpo, pues el sudor es una extensión de los humos internos, con albedrío, con voluntad necesaria para moverse del punto A al punto B. Cuelga ya de tu nariz y desaparece. Sientes cómo la última esperanza de movilidad se desprende de tu ser. Sólo queda la terrible angustia de donde nace el silencio, producto de la presencia que ha quitado su función a tus extremidades. Cuelgan inertes, esperando la orden de tu aullido.