Me abandonaron por segunda vez
Sinaí Reyes
Estudiante de Comunicación
Entró una mujer indígena y me quería ir con ella. Tocó la serpiente de piedra y sentí un recorrido de adrenalina. Se sentó al lado del extintor y sacó bolsitas de plástico con botana.
-Uff, seguro son los dulces tradicionales que saben deliciosos, la yuca dulce o carne seca con ahuyama cuando hacíamos fiestas, antes de 1519, no olvido ese olor que invitaba a toda la población a celebrar.
Los niños empezaron a caminar por las presentaciones del museo ¡Corran! ¡Jueguen como en los viejos tiempos! No importa que algo se rompa es una dicha estar en su presencia. La niña recargó su carita en mí. Sonreí. La tierna infancia, amaba su vibra, me admiraba, me quería, deseaba ponerme a jugar con ellos. La niña puso ahora su mano en una de mis paredes y me transportó… ellos son los visitantes que necesito. ¡No se vayan! ¡Les hago el espectáculo de la serpiente emplumada bajando por la escalera! Envié mi petición al sol y me iba a complacer hasta que un guardia de seguridad se acercó y apuntó a la salida.
-¡No! ¡Eres la única que recuerda mi verdadero ser! Soy toda tuya, te lo suplico, quédate conmigo como en los viejos tiempos, cuando era una pirámide viviente.
La mujer indígena empezó a recoger su vendimia. Me regaló una última mirada, sonrió y me abandonó por segunda vez.
Una foto me sacó de mi ensimismamiento.
-¡Mira wey! la lengua de fuera ¡Parece que la serpiente llora! Tómame una foto como si me comiera- se recargó en mí y no sentí la chispa-.
Solo la tenían ellos, la familia indígena.