Soldado de la muerte/ Cuento
Jessica Rodríguez Reyes
Estudiante de Literatura y Filosofía
Un latido más, un segundo menos. Tik tok, Bom bom.
Con el correr del tiempo no sólo se acerca la muerte, sino que a su vez la espera me quita la cordura. Suspiro cansado de la costumbre en las personas por posponer los sueños, el amor, la vida misma. Loco de sangre el reloj cucú marca la hora su llegada. Las doce de medianoche, en punto para una nueva era.
Aquellos ojos deseosos de venganza, me advierten que ha llegado para liberarme con su dolor. El cobro de una deuda medida en segundos para pagar la vida. Casualidad como el día en que sobrevivió, misma fecha del fallecimiento de su esposa e hija. Presente y pasado se encuentran cuando me entrego al destino, así como él estuvo dispuesto hacer; sólo que mientras aquella vez yo lo salvé de la muerte, ahora él me salva de la vida. Irónico parece ser que le tememos a la vida como a la muerte.
Sé que está listo cuando me hace la misma pregunta, pues su tono alguna vez deshecho por la desesperación, ha tomado exigencia. Un ¿Por qué? que se remonta a mi propio crimen, pero al igual que eso, no puedo explicar cómo es que sólo seguía órdenes del tiempo.
Mi silencio es suplantado por la narración de su propósito. Una historia que se remonta a la vez de un cumpleaños basado en promesas de celebración, las cuales se ahogaron al momento en que la lluvia deslizó el automóvil fuera del puente que atravesaban para alcanzar un momento de felicidad llamado hogar. De un momento a otro, un ángel de la muerte se apareció, y rezando una última oración que pidiera por salvar a su familia, quedó a merced de su sentencia. Sin embargo, pese a sus deseos, la realidad que implicaría la ausencia de su familia, le devolvió la vida para vengarse de ese ángel asesino.
Acepto mi pecado sin el valor de revelarle toda la historia. La culpa casi me hace completarla confesando que aquella vez no veía a un hombre suplicando por su familia, sino a tres distintos relojes en cuenta regresiva aferrados a sus respectivos tórax. Los segundos disminuían irreparablemente en el corazón de su esposa e hija; pero el de él aún marcaba una vida por delante. Así que tomé una decisión que no sabía, implicaría su condena al salvarle. Asumí mi error al ser testigo de cómo en tres segundos su espíritu perecía ante la pérdida del amor, pues los latidos estaban ausentes de voluntad. Una verdad que solo la muerte sabrá.
En vista de este paralelismo, observo nuestros reflejos en la pared de cristal espectadora de la escena. Esperaba encontrar similitud en las bombas latientes que llamamos corazones, pero en cambio me pasmo ante la profecía que se presenta.
Después de ser torturado con presenciar miles de relojes en máquinas disfrazadas de personas, mientras la maldición me negaba conocer la noción de mi corazón. Finalmente hoy en este enfrentamiento humano, el destino me permite distinguir mi propio retroceso en el familiar temporizador que marca los días, horas y segundos de vida. Me queda un minuto
Inevitablemente sonrío emocionado. Le explico que nunca fue mi intención convertirme en un ángel de la muerte, en todo caso tal vez era un soldado al mando de ella. Luchando batallas que los demás no podían enfrentar, y atormentado por los fantasmas de la guerra. Ahora, sin ataduras, comprendo que la maldición no te hace héroe o villano, tal vez sólo te vuelve más humano.
Confundido y decidido me evalúa. Lo acompaño en la inspección. Quedan treinta segundos.
Se proyecta el momento de mi propia venganza, el comienzo de esta maldición. Cuando harto de permitir a mi padre golpear a mi madre, tome un viejo reloj dispuesto a asesinarlo si eso significaba salvarla. Entonces todo se detuvo, excepto por el reloj formándose precisamente en el corazón de mi madre temerosa. La verdad me hizo huir de la realidad. Desde entonces escapé de mí mismo y de mi destino.
Al igual que yo, estará condenado desde el primer latido surgido de la muerte. Durante ese periodo de renuencia reconocerá que no somos ajenos a nuestra finitud humana, pero al menos la ignorancia de su caducidad permite cierto disfrute en anhelar el infinito. Después de todo, es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella.
A solo tres segundos faltantes, espera mis últimas palabras. Aliviado al son del disparo le doy el pésame y las gracias.