La raza de los elegidos/ Creación Literaria
María Díaz Pini
Estudiante de Ingeniería en Logística
El problema era que ella pertenecía a la raza de los elegidos, de los que tienen derecho a soñar, para quienes existe un mañana, siempre con nuevas oportunidades en el horizonte; era de aquellas que harían grandes cosas, el mundo abriéndose a su paso y la vida regalándole un final feliz.
La miraba, y veía la estupidez e ingenuidad que plagaban sus ojos, propias de los que no saben nada, de quienes no han presenciado la brutalidad del mundo, siendo este tipo de imbéciles los que deben sufrir muchas cosas y muy feas, para abandonar su estado original.
No tenía idea de por qué se fijó en un infeliz como yo, los dos sabíamos que no teníamos nada en común, quizás ella pensaba de mí como una labor social más.
Ella me hablaba de sus viajes, de su trabajo altruista y de sus ganas de ayudar a los demás, yo fingía escuchar lo que decía, pero me limitaba a dar la ocasional sonrisa y a asentir de vez en cuando, siempre con un tono de condescendencia. No merecía nada más de mí, ella nunca podría comprender, no conocía el sufrimiento y era posible que nunca tuviera que encararlo y por eso, la odiaba un poco; pese a ello, en las noches cuando me preguntaba si la amaba, le respondía que sí. Deseaba que estuviera tan rota como yo lo estaba, cuando lloraba por nimiedades, yo experimentaba una mezcla de alegría y repulsión, por un lado, el mundo finalmente ajustaba las cuentas y por el otro, no era suficiente.
Anhelaba mantenerla cautiva, presa de mi propia miseria, pues una parte de mí la amaba, sin embargo, mi oscuridad la resentía. Cuando pensaba en nuestra unión, imaginaba que éramos dos cuerpos de agua, ella cristalina y pura, yo turbio; y al encontrarnos, ella me purificaría, pero en realidad, era yo quien la contaminaba. Deseaba regalarle mis ojos, para que viera todo lo que había presenciado, y al perderlos, yo también podía ser de la raza de los elegidos.