El servicio social como oportunidad de autodescubrimiento
Eduardo David Parada Arroyo.
Licenciatura en Liderazgo para el Emprendimiento Innovador
Desde los primeros días de clases en la universidad sabía que en algún momento de los últimos semestres debía realizar mi servicio social, donde tendría que entregar resultados ante las responsabilidades que se me delegaran, y también sabía que me serviría como un preámbulo de mis prácticas profesionales. Sin embargo, este último semestre realizando mi servicio social en Casa Ibero, no sólo he visto un progreso en cuanto a mi perfil profesional, también he notado una evolución en mi desarrollo a nivel personal.
Históricamente en México se nos planteó por ley a los estudiantes universitarios aprovechar nuestro nivel de formación para poder incidir en la realidad en la que se encuentra nuestro país, sabiendo que nos encontramos en un contexto de desigualdad del acceso a recursos u oportunidades, pobreza, hambruna, imposición de ideales, machismo y concentración monopolizada del poder. Para mí, esto significó que debía ser parte, pero esto no lo comprendí hasta que me encontré con la realidad de la comunidad de Valle del Paraíso. Un lugar que a nivel territorial y social cuenta con un contexto que a mí me fue difícil asimilar, más aún me fue complicado pensar que podría ser parte del impacto que busca Casa Ibero.
Valle del Paraíso es una comunidad ubicada en el sureste del municipio de Puebla a 15 minutos en coche desde Angelópolis, conectada por una de sus calles a las principales avenidas de San Andrés Cholula y la zona centro de la ciudad. De primer momento me impactó la diferencia de condiciones infraestructurales en las que se encuentra la comunidad a comparación de aquello que podemos ver en estos dos municipios a pesar de estar inmediatamente conectadas y a poca distancia. Pero pronto me di cuenta de que el hecho de que las calles no están pavimentadas, que los niños y niñas andan por la tarde sin ser acompañados por adultos en las calles y que hay muy pocas escuelas a su alcance, sólo es un antecedente superficial de una serie de retos a los que se enfrentan los habitantes de esta comunidad en su día a día. Me refiero a la inseguridad delictiva, la deserción escolar, el deficiente acceso a servicios indispensables como el agua, pocas oportunidades laborales, problemas en las relaciones a nivel familiar y hasta adicciones. Ahora sé que no es difícil comenzar a entender esta realidad, yo pude no sólo comprenderla sino implicarme en ella dando pequeños talleres de inglés y fútbol a niños de entre 6 y 13 años.
Al principio, mi mayor reto fue el pensar de qué manera podría dar un buen taller para los niños, cómo podría captar su atención, cómo entretenerlos, lo cual día con día se fue desdibujando, pues comprendí que lo que hacía era algo que se podía aprender, algo que con la mínima disposición podría hacer cualquier persona que esté estudiando una licenciatura. Así comencé a darme cuenta de que esos problemas, ni siquiera eran parte de un reto mayor. Aprendí que para ser partícipe e incidir de manera adecuada con los habitantes de la comunidad era importante evitar imponer mis ideales o lo que yo consideraba como correcto. Pues cuando uno se encuentra con este tipo de contextos lo primero que se piensa, dependiendo de nuestra línea de formación es que algo falta, que algo puede mejorar.
Con lo anterior también me surgieron otras preguntas, ¿por qué las personas no queremos ser conscientes de estos contextos que son parte de la realidad inmediata de nuestro país? ¿qué provoca que nos quedemos con los ojos tapados para simplemente conformarnos con ignorar? Es complejo entenderlo. En la universidad nos hacemos parte de este contacto desde lo colectivo, lo hacemos acompañados de nuestros compañeros y profesores, pero aun así no es suficiente. Pareciera que es más una carencia en nuestra voluntad para querer ser parte y se convierte en un acto de obligación para obtener el título universitario. Por una parte, es importante hacer hincapié en encontrar la forma para que los estudiantes quieran incidir en esta realidad, se pueden enseñar teorías para generar consciencia que evidencien la realidad para ampliar el nivel de perspectiva, aun así, creo que no sería suficiente.
A mí el servicio social no sólo me impactó en un sentido meramente intelectual en el que era consciente para poder cambiar mi realidad, también implicó un crecimiento personal. El haberme relacionado con las personas, hablar con ellas, con los niños, preguntar e interesarme por su día a día, me hizo darme cuenta de que no sólo viven una serie de retos sociales, que también tienen otras formas de pensar, de ser, de sentir y vivir. Me hizo madurar en mi sentir empático, asertivo, a nivel de asumir responsabilidades, saber estar para los demás, abrirme emocionalmente para responder ante ciertas situaciones como escuchar un problema por el que esté pasando algún niño. Entonces, ¿por qué no ver el servicio social cómo un ejercicio en cuál se busca impactar de manera simultánea al contexto en el que nos encontramos pero al mismo tiempo a nosotros mismos?
Es algo que sólo he logrado apoyado de la misión de Casa Ibero, buscando constantemente ser parte de la participación social desde la empatía y el trato digno a las y los demás. El servicio social, ha significado una chispa a nivel personal en la que ahora me pregunto qué otras instituciones en el Estado están trabajando en su día a día para incidir de esta manera, para seguir siendo parte, algo que considero que todos los que tengamos estas intrigas deberíamos intentar para darnos la oportunidad de descubrir para descubrirnos.