Ahogarse en la piedra
Mauricio Escobar Liceras
Licenciatura en Literatura y Filosofía
Actualmente el cambio climático se ha vuelto una realidad en nuestras vidas: un concepto común, algo que escuchamos diariamente con cierto temor, algo de tristeza y otro tanto de culpa. Sin embargo, a pesar de su cotidianidad, para una buena parte de la población no es un fenómeno que es experimentado de manera dramática, al menos no por el momento. De tal manera que el cambio climático para muchas personas es algo distante, hasta que en las noticias se viraliza alguna tragedia.
En ese sentido, el caso más cercano a nuestro país en estos últimos días tiene que ver con el agua. Pues en Monterrey, Nuevo León, desde el pasado mes de junio sucedió lo que es conocido como el día cero: el terrible día en el que te das cuenta que no tienes agua. Como si se tratase de una película apocalíptica de Hollywood, las reservas de agua en Monterrey prácticamente se agotaron, con las presas La Boca y Cerro Prieto con apenas un 5% de su capacidad. El agua embotellada incluso en las colonias de mayor poder adquisitivo escaseaba. Ni qué decir de realizar actividades básicas como bañarse en las localidades más pobres. Y no se trata de un caso menor, pues Monterrey es la segunda ciudad más grande de México con más de 5.3 millones de habitantes.
La reacción del resto del país fue diversa, partiendo desde las donaciones benéficas, pasando por los memes hasta llegar a la indiferencia. Aproximadamente dos meses después, el tema parece olvidado entre los muchos sucesos que nos afligen como sociedad. Pero no pensemos que el caso de Monterrey es una excepción o un incidente aislado. Ya que, a más de 700 kilómetros de Monterrey, en 12 alcaldías de la Ciudad de México, desde el mes de agosto empezaron los recortes en los suministros de agua. En otras palabras, se trata de una crisis hídrica nacional, que no sólo afecta a un par de ciudades.
De acuerdo a los datos de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) gracias a la sequía, las presas del país se encuentran en un 50% de su capacidad, lo que convierte esta situación preocupante en una de las cuatro peores sequías que hemos atravesado en los últimos 20 años, junto con las sequías del 2004, 2006 y 2012. Y el problema es que la solución no es tan “sencilla” como pedirle a Dios que llueva y se cumpla. Pues efectivamente, en estados como Puebla y Ciudad de México, desde que inició el verano las lluvias no han parado. Y esto realmente no tiene un efecto positivo, en la medida que no cuentan con la infraestructura necesaria para aprovechar el agua de lluvia. Es decir, no basta con que llueva, sino que tiene que llover en puntos claves como la cuenca alta de Michoacán.
Lamentablemente, la solución tampoco se trata de dinero o presupuestos federales. Pues de acuerdo a Germán Martínez Santoyo, director de la CONAGUA, no hay presupuesto que alcance a cubrir todas las necesidades de agua en el país. Él en su lugar apunta a realizar un cambio de infraestructura que pueda aprovechar y captar el agua: “ Se necesitan sistemas de almacenamiento. Ya no vemos almacenamientos naturales en Ciudad de México. Debemos de cambiar la mentalidad y propiciar la infiltración de la lluvia para recargar mantos acuíferos. Y por otra parte, aprovechar espacios grandes para almacenar agua de manera superficial. Sería un cambio de mentalidad y un cambio de estructura” (El País, agosto 2022).
Exigir y demandar al gobierno una implementación estructural efectiva que pueda almacenar el agua de lluvia es crucial. Pero también como sociedad, nos corresponde tomar conciencia y promover la educación ambiental. No permitir que empresas y oligarcas exploten los recursos naturales de manera indiscriminada y asimismo, cambiar nuestra percepción de la naturaleza, entender que si seguimos bajo estas mismas prácticas, tarde o temprano el estado de emergencia no será la excepción sino la normativa y ya no habrá nada que podamos hacer para resolverlo.