Exhumación de humanidad
Jessica Rodríguez R.
Estudiante de literatura y filosofía.
En tiempos donde la incertidumbre reinó debido a la amenaza biológica que acechaba en el exterior y que hizo una vez más temblar a la humanidad, las personas inevitablemente tuvieron que dar cara a su propio reflejo sin alguna escapatoria, enfrentarse al abrumador cuestionamiento existencial y con ello redescubrir su humanidad. Después de todo, a veces durante este estado desolador es cuando emerge una genuina preocupación por la humanidad y su papel en la vida.
En esta búsqueda de respuestas, en 2020 se hizo viral la contestación que hizo Margaret Mead a la pregunta acerca de cuál era el primer signo de humanidad, en donde en contra de todo pronóstico que tuvieran sus alumnos por adivinar la respuesta que su maestra daría, la antropóloga respondió que el primer signo de humanidad se trataba de un fémur roto. La explicación que dio Mead fue que en el reino animal un hueso roto implicaba altas probabilidades de tener una muerte segura, ya que en esas lamentables condiciones no tendría la capacidad de protegerse del peligro o sustentar sus necesidades biológicas, así que la supervivencia de esta persona herida sin duda representaba un hecho sumamente sorprendente. Ante esto, Mead más allá de atribuir esta gran hazaña a algún procedimiento médico ingeniado en el momento, en realidad evidencia algo mucho más revelador: el primer signo de humanidad consiste en la dedicación compasiva de esa persona por cuidar al herido.
De esta forma, podríamos decir que el primer signo de humanidad radica en su vulnerabilidad, el momento en el que se expone la desnudez de nuestro ser a la espera de ser tocados por la otredad. Esta apertura humana es lo que posibilita transformar nuestro ser, pues en la medida en que descubrimos lo otro, es en ese mismo instante cuando nos descubrimos a nosotros mismos. Volviendo al caso que nos presenta Margaret Mead, el dolor de la persona herida provocó tal compasión que activó un instinto de protección solidaria en el otro sujeto para tomar acción.
Tal es lo que Lévinas definiría como un despertar ético, pues se reconoce el valor humano de las personas como seres dignos de cuidado y afecto. Con esto en mente, cabe decir que para que alguna vez lleguemos a descifrar lo que es aquello que llamamos humanidad es indispensable en primer lugar sentirla y solo así hacerla nuestra. Sin embargo, qué pasa si lo que amenaza por destruir la humanidad no es una amenaza física como el Coronavirus, sino algo que acecha en sus profundidades, un padecimiento casi etéreo que ataca nuestro ánimo de vida, el espíritu humano. Tal parece que a veces resulta un mayor reto preservar nuestra humanidad que incluso mantenernos vivos.
Venenos como la guerra, la discriminación o la reificación, cada vez están más cercanas a provocar la autodestrucción de la humanidad, tal como si el suicidio se tratara de un juego. Este tipo de patologías es como si atacaran el sistema nervioso del alma humana, causando tal sufrimiento hasta que eventualmente termina por eclipsar cualquier rastro de sensación humana. Un padecimiento catastrófico como tal es causante de una atrofia en nuestra capacidad de amar, una ceguera en contemplar auténticamente a la otredad y, aún más preocupante, una amnesia de humanidad. Así que, hoy en día vemos personas desfilando por el mundo como si fuera suyo, dominando con cada paso que da, pero ¿sin rastro de humanidad aún podemos seguir llamándolos humanos? Tal vez ¿será que en nuestra ambición por evolucionar nos hemos condenado a ser máquinas, títeres, objetos insensibles que han perdido su capacidad de contemplar verdaderamente y que se han reducido a diseccionar el mundo para usarlo a su antojo?
Este panorama nos muestra, tal como Saramago estimaba: «Usamos la razón para, por ejemplo, llegar a la Luna, pero somos incapaces de usarla para llegar a la gente, que es el universo más cercano que tenemos». Si algo nos enseña la resolución de Mead es que más allá de aprovechar nuestra capacidad de pensamiento para potencializar nuestras habilidades prácticas, es igual de importante explorar con él lo más profundo de nuestra condición humana.
Solo queda decir que descubrimos nuestra humanidad unas veces en lo mejor y otras en lo peor, ya que dentro de la condición humana está la potencialidad tanto de destruir como crear. Después de todo, somos esa remota posibilidad entre la nada y todo. Así que si alguna vez queremos descubrir cómo llegar a donde debemos estar, primero hay que dejar algo atrás; por lo que, si queremos llegar a ser mejores de lo que somos, es necesario imaginarlo y dejar de huir de nosotros mismos.
Esta es la búsqueda que me propongo a exhortar en esta ocasión, un redescubrimiento de nuestra humanidad y con ello de lo que significa la otredad, la vida y el mundo para relacionarnos con ellos en armonía.