DANZAR ESPERANZA
Mariana Marín M.
Programa Universitario Ignaciano
Existen múltiples accesos a la interioridad, formas de encuentro y de vivir a Dios. La danza es una experiencia corporal que permite estar en silencio, respirar, dejarnos fluir, contemplar y sentir, enfocándose en lo que el cuerpo quiere decir, escuchando el interior y estando atenta al alrededor. La danza permite descubrir, conocer y reconocer el cuerpo desde una nueva y amorosa conciencia.
Melloni (2003: 4) menciona que “la consciencia corporal es el primer vínculo para la práctica de la interiorización”. Boff (2021) añade que gracias al cuerpo tenemos presencia ante los demás y entramos en contacto con las energías de la tierra y el universo. A través del cuerpo experimentamos y habitamos el mundo. Lo corporal es un vínculo para vivir nuestro interior, nuestro exterior y lo trascendente.
Si bien la danza es un encuentro íntimo con nosotrxs mismxs, también es algo colectivo. Es una forma de descubrirnos a nivel personal, pero también como parte de un Todo. La danza desde el amor construye y es un gran potencialdor de comunidad. Bailar en un espacio que no juzga, que escucha el sentir, que cuida del cuerpo propio y del otrx, que invita a compartir, que abraza la energía, que reconoce diversidad y que celebra la vida, genera comunidades conscientes, compasivas y amorosas. Danzar implica recabar en lo profundo del ser para reconocer cómo llegamos al encuentro, qué necesitamos, qué brindamos, qué sentimos. Permite compartir la propia vulnerabilidad y abrazar la vulnerabilidad ajena, sabiendo que el otro me va a sostener y al mismo tiempo comprometiéndome a cuidar y sostener al otrx.
La danza permite compartir humanidad, amor y esperanza. Por ello, bailar es revolucionario.
Danzar establece conexiones mágicas. Implica ser contemplativx y perceptivx de lo que nos habita y de lo que nos contiene; de lo que sentimos y de los sentires colectivos; de las invitaciones de otrxs a compartir; de la energía que creamos y la magia que se desprende de compartir esa energía. Implica disponernos y dejarnos afectar. También es una práctica de cuidado. Compartir el movimiento, los cuerpos y la propia persona requiere cuidar de nosotrxs mismxs y cuidar de lxs otrxs.
Danzar es una conexión corporal, mental y espiritual tan profunda que logra comprender y comunicar sin necesidad de palabras. La danza permite sentir profundamente, trasciende lo verbal para compartir otro tipo de lenguaje en movimiento; permite conectar profundamente el alma y el cuerpo, reconocer la humanidad, contemplar y recordar que estamos vivos.
La danza permite encontrar a Dios de una manera distinta, a través de la sincronía de energía y de cuerpos, del encuentro y del compartir con lx otrxs. Dios está en todas las cosas y Dios está en el movimiento. Está en la energía de una danza llena de rabia o llena de gozo, en las manos que no me sueltan en una danza circular, en la resistencia de una danza comunitaria y en el abrazo al finalizar una danza. La danza es un espacio transformador, una práctica que acoge, que conspira y que genera esperanza.
Les invito a danzar con rabia, con amor, con todo su ser; a danzar honestxs, expuestxs y dispuestxs; a danzar solxs, a danzar juntxs; a danzar agradeciendo la vida, reclamando la injusticia, conspirando cambios y generando esperanza. Lxs invito a que inviten al mundo a danzar.
Referencias:
Melloni, X. (2003). Accesos a la interioridad. Sal Terrae, 91, 33-42.
Boff, L. (2021). La casa común, la espiritualidad y el amor.