Por favor, más humanos
Alejandra Barroso Jiménez
Estudiante de Comunicación
Bajar del avión y retroceder al pasado unos cuantos meses, eso fue lo más complicado. Acostumbrarme a una rutina de la que estaba librada y volver a la normalidad, que, según yo, sería menos complicada de sobrellevar. Nadie nos cuenta cómo va a ser nuestro futuro, ni mucho menos qué nos depara al estar en un lugar al que llegamos con una mirada totalmente distinta y con una personalidad con matices reconstruidos. Hasta que poco a poco vas entrando en razón y te das cuenta que tu vida ya no es más como era anteriormente, y que los recuerdos los llevarás por siempre en el corazón, por más que la distancia te impida reencontrarte con ellos.
Ese fue mi sentir al aterrizar en México después de no haber estado seis meses en el país que me vio nacer, del que tanto hablo orgullosa y presumo como si fuera el mejor, porque efectivamente, para mí, lo es. Mi experiencia de intercambio estudiantil gracias a la IBERO Puebla en San Sebastián-Donostia lo fue todo, sin embargo, volver a ver a mi familia y poder abrazarlos después de vivir sola el comienzo de una pandemia mundial, es algo invaluable.
Siempre he dicho que es de valientes salir del país, porque eso significa buscar nuevas realidades y atreverte a lo desconocido, lo incierto. La incertidumbre es una de las cuestiones más temidas por los seres humanos, porque nos gusta saber qué va a pasar. Tener la certeza y la seguridad de que lo que acontezca será como nosotros decimos o pensamos. No obstante, en estos tiempos de pandemia, lo menos que tenemos es eso. Vivimos en una realidad en donde todo es cambiante y el miedo nos acompaña como si fuera nuestra sombra persiguiéndonos en cada movimiento que realizamos.
Ir a San Sebastián-Donostia, fue prácticamente esa sensación. Lo único que me quedaba era empezar a construir un rumbo en donde el camino era mi responsabilidad y caminaba con los valores que me han enseñado. Complicado, sí, pero no imposible. Sinceramente, muchos desertarían solo de pensar en la COVID-19 y la crisis sanitaria, que obviamente te pone más en alarma al estar completamente solo y del otro lado del mundo. Sin embargo, yo nunca lo pensé y no me rendí, porque sabía que la vida me había puesto en ese lugar y en ese momento por algo.
Así fue como descubrí que, a pesar de los tiempos oscuros que podamos estar viviendo, siempre va haber personas para acompañarte. Pero acompañarte en el aspecto de sentir la calidez, la preocupación de hacerte sentir como en casa y por sacarte una sonrisa cuando todo lo que inunda el ambiente es una tormenta sin fin. Sin duda, ese es el mayor tesoro que encontré al salir de casa, que la humanidad sigue creyendo y mientras esto suceda, hay esperanza.
Por eso hoy agradezco tanto a las personas que me apoyaron cuando todo se venía abajo, María Narvalaz y Asier Leoz, dos grandes maestros que estuvieron en la Universidad de Deusto y que desde el primer momento me mostraron su cariño. A mis grandes amigos y amigas que hice en la escuela, Maite, Eider, Oihana, por decir algunos nombres. Y qué decir de mis compañeras de piso, dos chicas mexicanas que, sin conocerlas, se convirtieron en hermanas, Iliana y Miriam. Hay tanta gente detrás de los proyectos personales de cada uno de nosotros que si les diéramos nombre a todos, la lista fuera interminable. Lo importante es reconocer que lo bueno en esta vida sigue sucediendo, y que cada persona es una oportunidad para hacer de este mundo, uno más humano.
Hoy que nos vemos a través de la computadora, deberíamos reflexionar sobre todo aquello que nos hace falta como sociedad para cuando regresemos a convivir personalmente en una “nueva normalidad.” Estos tiempos son una pausa para hacernos entender que quizá vivimos muy deprisa, y que, si no hacemos un cambio social, el rumbo de este mundo pueda dejar de marcar nuevos horizontes.
Aprender a vivir y convivir con nuestras diferencias sería una de los primeros aspectos a analizar. Pensar que, si nos valoramos por lo diferentes que somos, en lugar de querer ser iguales, le marcaríamos un alto a este mundo que mata y viola por tanto rechazo humano. ¿Por qué queremos ser iguales?, ¿no valdría la pena ser diferentes? Si lo vemos desde el punto en que tendríamos diversidad en formas de pensar, actuar, sentir, vivir y hasta de vestir, sería sensacional. Por eso hay que ser más tolerantes, respetuosos y amables, porque en la forma en que tratemos a los demás, será también, el trato que recibamos.