No podemos dormir
Por Karen Moreno Rodríguez
Cae gota a gota lo último de la lluvia. Hoy no me siento cansado y no puedo dormir, como ha sido común entre los días. Al parecer no soy el único, porque las redes sociales parecen funcionar con normalidad y son casi las dos de la mañana. Debería dormir un poco antes de que llegue mi papá de su guardia. Sé que se enojará si me ve despierto a esta hora o, quizá, se da cuenta que es un fenómeno relacionado con todo lo que está pasando últimamente. Yo lo noto, no podemos dormir. Las máscaras que vemos en el día, la que nos impiden ver las sonrisas de los demás, las que nos da la sensación de estar separados, nos provocan pesadillas en sueños y en la vida real.
La sensación de brazos fuertes que me abrazan hace que me mantenga en cama todo el día. Algunos días, como si la cama tuviera una extensión invisible de dos largas manos que se expanden por todo mi cuerpo o, a veces, la forma de una manta que me mantiene calientito. El problema está cuando ese calor comienza a abochornarme hasta despertar. Como decía, es tan fuerte tanto en sueños como en días.
Me llega un mensaje de mi primo, quiere que juguemos una partida más, pero decidido a dormir, niego su oferta. Trascurren los minutos y sé que no dormiré en la próxima media hora, así que esta vez soy yo quien le envía un mensaje. Me contesta con una invitación a unirme a la partida. La hora y media siguiente me quedo jugando con él y unos amigos quienes al parecer tampoco pueden dormir, hasta que escucho que la puerta de enfrente se abre sigilosamente. Inmediatamente trato de apagar todo haciendo el mínimo ruido posible y finjo haberme quedado dormido en el sillón.
Una persona con un traje anticontaminación y unos goggles fuertemente pegados a sus ojos entra hasta el área que hemos designado como “área de limpieza”. Puede que las máscaras nos impidan ver las sonrisas, pero al menos los protectores transparentes nos dejan ver los ojos y, a veces, las sonrisas se notan más en los ojos que en la boca.
Cuando sale del área después de unos minutos, puedo reconocerlo, sin embargo, sus ojos cansados y rojos me dicen que no ha sido un buen día, pero sé que, últimamente, ninguno ha sido bueno en el hospital. En realidad, han sido de lo peor. Escuché que la administración iba a comenzar a tomar decisiones sobre quiénes vivían y quiénes no. Bajo ninguna circunstancia eso es bueno, la capacidad de los hospitales ha comenzado a colapsar. El miedo y terror se siente por los pasillos y el sentimiento de esperanza y aliento es difícil de encontrar cuando convives diariamente con la muerte.
Antes de ir a descansar por un par de horas y tener que regresar, mi papá comienza a preparar algo para cenar y, es en ese justo momento, cuando decido hacerle compañía. De todas formas, sus ojos han despertado mi intriga y han hecho que renuncie completamente a la posibilidad de poder dormir lo que resta de la madrugada. Cuando me ve entrar a la cocina, su expresión es de sorpresa y no puedo evitar pensar que parece que ha cumplido años más durante el último mes.
—¿Está todo bien? Particularmente hoy parece no ser un buen día.
—No es nada, deberías ir a dormir Daniel. Ya es muy tarde.
—No puedo dormir.
—Últimamente nadie puede dormir. Aunque yo desearía poder hacerlo un poco más, ya sabes, lo necesario.
Ojalá mi papá durmiera más. No insisto en saber qué pasa, porque sé que quiere evitar preocuparme más de lo que en teoría debería. Las noticias que corren por el día ya se encargan bastante bien de eso, los medios parecen saturados y las notas parecen desbloquear niveles de gravedad de las que todos ya estamos hartos. No sabemos qué nos puede primero: las historias de injusticia que recorren el globo terráqueo; la incertidumbre de no saber qué va a pasar después o de cuándo va a terminar; el ver lo mismo día con día; el estar separados de las personas con las que compartimos nuestra vida o de los espacios naturales que nos mantienen vivos.
La tecnología hasta el momento ha hecho que nos libremos de imaginar qué hay detrás de cuatro paredes una vez que hemos olvidado cómo luce la vida cuando se convive directamente con la sociedad. Es nuestra forma de mantener nuestros lazos con lo exterior por el momento, pero a veces no sé hasta qué punto podamos resistir porque parece que no es suficiente ni lo correcto.
Sé que no debo robarle los minutos de sueño a mi papá, así que antes de irme a dormir le doy un fuerte abrazo y le digo que espero que el día de mañana sea mejor que el de hoy.
Una vez una amiga me dijo que la fuerza de resistencia se forma entre nosotros, apoyándonos entre nosotros, y creo que he comenzado a entender a qué se refiere. “Puedo porque te tengo a ti. No sabes la ayuda que me has dado en tiempos tan difíciles. Gracias por todo, te quiero”. “Yo también te quiero Gabi”. Gracias por estar, Gabi. Gracias por estar papá.
Hoy más que nunca, me queda claro que no somos seres solitarios, nunca lo hemos sido. Necesitamos del contacto con los demás y con lo otro para sobrevivir, y antes de acostarme, trato de mantener eso en mi mente, para procurar que mañana también sea un mejor día para mí.
Al día siguiente, la tarde pasa más rápido que la noche. Ha comenzado a llover. Un par de horas después, esta parte del mundo ha vuelto a obscurecer. Después, se escucha caer gota a gota lo último de la lluvia. Hoy sí me siento cansado, pero vuelvo a no poder dormir.
* Cuento escrito en el marco de la Jornada de Reflexión Universitaria del ARU, para la clase Ser Persona, impartida por la profesora Adriana María Flores Pérez