#TodosSomosFamilia
Por: Luis Emilio Cantalapiedra Rodríguez
“¡Viene por abajo!”, son las palabras que detonan el corazón del grupo, rápidamente se dirigen hacia las vías por las que transita La Bestia, un ferrocarril que, además de transportar cargas a sus múltiples destinos, alberga esperanza, historias desgarradoras y un sueño que ha tomado sin mesura las vidas de las personas que lo han pretendido alcanzar.
Los cambios abruptos de clima, la inminente caída fulminante y el miedo de persecución son sólo algunas de las condiciones que forjan la realidad que viven los pasajeros fantasma que transitan en los techos de los vagones del tren.
El grupo se prepara, se colocan con separaciones considerables para poder completar la labor de la manera más eficiente posible. El riesgo que se toma es grande, un paso en falso y su humanidad podría cobrar hasta su propia vida. Se organizan las cajas que contienen los víveres, pueden considerarse como una pequeña flama que ayuda a alimentar el fuego de la esperanza.
Se avecina “La Bestia”, retumba su silbato en la inmensidad. Avisa al grupo que es momento de actuar. Decenas de manos extendidas se pueden observar desde lo lejos, todas y cada una de ellas esperan una señal, un auxilio, ya que han escuchado a lo largo de su trayecto que llegará un momento en su viaje en el que se encontrarán con sus hermanas, Las Patronas.
Con sus manos alzadas se preparan a socorrer. Las Patronas cargan consigo un símbolo de solidaridad, intercambian con los pasajeros un gesto de humildad, un servicio que nadie solicitó, pero que demuestra una naturaleza que muchos se han empeñado en olvidar.
Esa, junto con muchas otras historias, son las razones por las cuáles el servicio social se implementó como un requisito indispensable en el país. Muchas instituciones han olvidado que el sentido de ese requerimiento es una necesidad de marcar una diferencia en nuestra comunidad.
El pasado 5 de febrero tuve la oportunidad de visitar la localidad de La Patrona, ubicada en el estado de Veracruz. Misma que alberga a un grupo de mujeres que desde hace 23 años decidieron no quedarse con las manos cruzadas. Bien sabemos que su labor consiste en brindar un servicio a los migrantes que vienen desde el sur, pero pocos conocen en serio que se siente estar inserto en su albergue.
Junto con el equipo de voluntarios, nos adentramos a una de las experiencias más satisfactorias que he tenido. Hacía unas semanas antes de eso, lo único que escuchaba de México eran historias de terror que me quitaban poco a poco la esperanza que tenía en el país, asaltos, fraudes políticos y cientos de testimonios que hablan de personas a las que simplemente ya no les importa lo que nos deparará el futuro.
Nuestra tarea fue encontrar testimonios reales que nos hicieran olvidar todo eso, nuestro objetivo era difundir con la sociedad que aún hay gente que quiere hacer que las cosas cambien, gente que trata a los demás como hermanos, sin importar sus orígenes.
Tal es el caso de Norma Romero. Mi primera impresión de ella fue aquella de una persona humilde, que tiene una cierta chispa que te hace sonreír. Con ella tuve la oportunidad de hablar sobre la razón de su labor, mencionó que ella jamás ha visto a los migrantes como foráneos, sino como hermanos que se encuentran en un viaje que va más allá de La Bestia. Ella fue la que comenzó la labor hace ya casi 23 años, su trabajo y esfuerzo ha pasado las barreras internacionales, llegando a los corazones de Francia, España, entre muchos otros países que creen plenamente en su sentido humano.
Fragmento del texto publicado en nuestra edición 77, disponible en los revisteros de la Universidad.