Perderme a mí misma para encontrarme de nuevo
Por: Sandra Rosano Barragán
Soy católica. Esa había sido mi respuesta cada vez que alguien me preguntaba en qué creo. Realmente esto no tiene nada que ver con el hecho de que fui bautizada a los dos meses de vida, ni con el hecho de hacer mi Primera Comunión a los 6 años; esto tiene todo que ver con los acontecimientos que ocurrieron desde entonces hasta el día de hoy.
¿Por qué?, mejor dicho ¿por quién?, sencillo…mis padres. Ellos decidieron inscribirme en el Instituto Oriente, mi segundo hogar. Ese donde me volví gran parte de lo que soy el día de hoy. Los jesuitas me guiaron por un camino donde dar lo mejor de ti es el día a día. Me enseñaron a creer en un Dios Padre, en lugar de un Dios castigador, me enseñaron que la iglesia no era la casa de Dios, sino era mi propia casa, aquella donde en lugar de guardar silencio como muestra de respeto, podía cantar mis alegrías a pulmón o llorar mis penas, ese lugar donde siempre sería bienvenida.
Al formar parte de la comunidad del Oriente, tuve la oportunidad de vivir varias experiencias fundantes, cada una con diferente nivel de reflexión e interioridad. Doce retiros espirituales, varias experiencias de servicio social, seis misiones en la Sierra de Puebla y de Veracruz e incluso los Ejercicios Espirituales de San Ignacio que en algún momento llegué a vivir; sumados dieron como resultado el fortalecimiento de mi Fe.
A mis 18 años, después de aprender sobre Cristología y poner a prueba todo lo que creía, advertí que mis mayores dudas religiosas no eran sobre Dios, sino sobre la Iglesia. Comprendí la diferencia entre fe y creencia y me nombré a mí misma creyente, incluso cuando existen varios rituales e ideales de la Iglesia con los que no me siento identificada. Sólo después de estar consciente de esto, tomé la decisión de confirmarme, esta vez ya no sería por mis padres, sino por mí misma.
Uno de mis mayores logros en el Instituto Oriente fue el descubrimiento de mi “Principio y Fundamento” esa razón por la que vivo diariamente, esa idea que es cimiento de vida. Después de estudiar mi persona y entender cómo es que mis dimensiones trabajan, deduje que mi principio y fundamento es “Dar del todo al todo, sin hacerme partes”, frase de Santa Teresa que tuvo demasiado significado al darme cuenta que mi vida no tendría sentido sin esa pasión que le tengo a cada detalle. De todas mis dimensiones personales, comprendí que la dimensión espiritual era la madre de todas las demás, y que mientras esta se mantuviera fuerte, las demás seguirían en equilibrio.
Sin embargo, vivir en la monótona y desgastante rutina diaria del mundo globalizado dificulta la búsqueda de momentos de interioridad. Aún cuando el rezo es parte de mi rutina diaria, la oración es mucho más significante para mí.
No voy a misa los domingos a menos que de verdad me nazca hacerlo, pues ir simboliza un verdadero esfuerzo y gusto por querer escuchar la palabra de Dios por una hora sentada en una banca, en vez de poder vivirla estando en compañía de mis seres queridos. En cambio, yo disfruto de la plática con Dios sin esfuerzo alguno, esa plática de mi día, de mis sueños, de mis tristezas, de mis miedos, yo disfruto plenamente de esa oración.
Mi mayor encuentro con Dios y conmigo misma fue reciente; fue a la mitad del bosque de Frost Valley en Claryville, Nueva York, este verano en el que casi por tres meses estuve aislada de toda realidad y pude por fin hacer una búsqueda interminable de mi ser. ¿Es raro que después de todo lo vivido, pude hallar a Dios con total claridad hasta este lugar?. ¡Por supuesto que no!. Para mí la naturaleza es también una iglesia. ¿Quién dice que el bosque no es una catedral? Donde los troncos son las columnas, las ramas son los arcos y donde la luz celestial se deja ver entre las hojas de los árboles. ¿Cómo no sentirse en la antesala de Dios?
Hoy, si alguien me pregunta en qué creo, mi respuesta sería:
Creo en el amor, creo en la humanidad de las personas, creo que un acto bondadoso puede dar paz a un alma y que una palabra honesta puede salvar una vida; creo en la energía que nos envuelve, creo en la perfección de la naturaleza, creo que todos tenemos un propósito en esta vida, creo en el destino e incluso creo en la vida después de la muerte. Así que si alguien me pregunta ¿crees en Dios?, sin pensarlo puedo decir que sí. Porque para mí Dios es todo lo anterior y más, mucho más…
Para mí Dios está en la armonía de toda música, en los colores de todo arte, en la solidaridad de toda amistad. Él está en el calor de todo hogar, en el baile de toda cultura, en el sol de cada día y en la luz de cada estrella. Dios está en la inocencia de los niños, en la vivacidad de los jóvenes, en la sabiduría de los mayores. Dios está en mí, Dios está en ti… Dios está en todas partes.
Trabajo realizado para la clase de Fe en América Latina, dirigida por la Dra. María Belén Castaño Corvo. Otoño 2017