La esperanza del migrante
Por: Sabrina Molina Estudiante de Ciencias Ambientales
Lo primero que escuchamos al llegar es el teléfono. Una voz femenina contesta: “Buenos días. Sí, el comedor de Las Patronas… Sí, mire fueron por el pan… No, aún no llegan…”
Ellas fueron por el pan, que junto con kilos de alimento que cocinan diario desde hace más de 20 años son la alegría de los migrantes al pasar por esta comunidad: La Patrona, en Veracruz. Pero, ¿qué diferencía a esta comunidad de las otras miles que recorre La Bestia? La presencia de doce mujeres que por 22 años han dedicado cada uno de sus días a hacerle menos dura a los migrantes centroamericanos su travesía hacia Estados Unidos.
Ellas son Las Patronas, y el pasado 18 de febrero, un pequeño grupo de alumnos de la Ibero Puebla de los diferentes grupos de investigación social tuvimos la oportunidad de viajar junto con las Mtras. Carolina González y Ana Stefanoni a esta comunidad y conocer a este grupo de mujeres tan trabajadoras y humildes, pero sobretodo inspiradoras.
El objetivo de la salida, además de conocer como es un día en la vida de las Patronas, fue llevar la despensa que donó el Mercado Hidalgo de Puebla. El viaje inició a las 7 de la mañana y en menos de cuatro horas nos encontrábamos en su modesto, pero pintoresco albergue para migrantes, el cual en sus inicios era un pequeño comedor llamado “La esperanza del migrante”. Pero, la verdadera esperanza del migrante no es el albergue físico como tal, sino el humanitario: Ellas mismas.
Su labor consiste en, desde las 10 de la mañana hasta las 9 de la noche, dedicarse voluntariamente a alimentar a quien lo necesite sin juzgar. En palabras de Doña Norma, una de las dos hermanas que iniciaron esta labor, “lo único que tenemos que hacer es compartirles la comida, no nos interesa su pasado”, pues quienes pasan en La Bestia o llegan al albergue son personas que huyen de países con realidades sociopolíticas muy duras.
Tal es el caso de Juan Carlos, un migrante de 43 años proveniente de Guatemala, quien estaba en el albergue el día que llegamos. Era su cuarto intento de llegar a los Estados Unidos. En cada uno de estos viajes recorrió durante varios días, en camiones de todo tipo, la distancia desde su país hasta Chiapas, donde le otorgarón un permiso para entrar a México con vigencia de 72 horas. Esas horas las usa para llegar, caminando por el monte y rodeando las casetas, a Veracruz o algún estado vecino donde pueda subirse a La Bestia, ya sea en una estación o mientras el tren esté en movimiento.
En este último intento, al llegar a Córdoba, el grupo de migrantes con el que iba Juan Carlos, fue secuestrado por un grupo de Halcones, éstos grupos son parte del crimen organizado y se dedican a extorsionar a los migrantes centroamericanos. Algunos, como él, tuvieron la fortuna de poder huir y llegar a la ciudad, en donde, sin dinero, se vio obligado a recurrir a la sociedad para tratar de sobrevivir; sin embargo (y en cada uno de sus intentos) Juan Carlos dijo que ha notado el aumento de la desconfianza no solamente con el migrante, sino con las personas en situación de calle en general.
Fue esta situación la que lo motivó a llegar al albergue de las Patronas, pues su fama va más allá de su hospitalidad, pues también se extiende a su buen corazón; y es esta misma actitud la que lleva a algunos migrantes a preguntarse qué harían sin ellas.
Después de este día con ellas, me pregunto lo mismo: ¿Qué sería de las personas que buscamos transformar la realidad sin estos ejemplos de amor al prójimo? Porque, como explica Norma, el querer a las personas es gratis. Y son ese amor y bienestar, movidos por su fe católica, la motivación más fuerte que tienen para seguir ayudando diario, tres veces al día, al migrante necesitado.
Durante nuestra visita, tuvimos la oportunidad de ser testigos de uno de estos momentos: el segundo paso del tren por La Patrona.
Este tren, la imponente estructura metálica que parece no tener fin, ni consideración por las vidas que llevará en él durante semanas. Esas personas que a los ojos de la sociedad no tienen rostro, pero sí innumerables nombres: pobre, mojado, ilegal… Su deseo de trabajar se considera criminal. Y son ellos la causa ignorada, el problema que queremos enterrar, el dolor y sufrimiento que buscamos mantener en el punto ciego de nuestra mente; o al menos eso eran antes de que apareciera este grupo de mujeres.
Estas doce valientes mujeres que, entre gritos y sonrisas, extienden su mano para alimentar al hambriento y sediento. “Pienso que antes eran como invisibles, pero con la labor se han vuelto visibles”, dice Julia, quien a pesar de llevar 18 años en esto, señala con una sonrisa en el rostro y con plena seguridad: “Hasta que Dios me dé vida y salud, yo estaré ayudando a mis compañeras y a los migrantes”.