Feminismo: una lucha conmigo misma ( Parte 2)
Kathya Tzompantzi López
Comunicación
La primera vez que escuché la palabra feminista, he de admitirlo, no despertó nada en mí. Ni siquiera recuerdo dónde ni quién o por qué tomó lugar en alguna conversación. No fue hasta un par de años después que empezaba a ver aquella palabra con mayor frecuencia, sobre todo en redes sociales. Decidí buscar información por mi cuenta navegado en Internet, saltando de artículo en artículo, encontrando libros, entrevistas y compartiendo experiencias y opiniones con mis amigas más cercanas; fue como si algo en mi cabeza hiciera click y, sin darme cuenta, comencé a tejer mi propia red feminista.
Así, comenzaron a pasar por mi cabeza cientos de escenas —aquella vez en clase de educación física en la primaria, cuando el niño más odioso del salón se burló de mí porque corría más rápido que él y me dijo que “así no corrían las niñas”; aquella otra en la secundaria, cuando el chico que me gustaba se fijó en otra persona y me encontré diciendo “ni siquiera está bonita”, a lo que mis amigas respondieron “seguro sólo la quiere para otra cosa” y me burlé sin siquiera entender por completo lo que querían decir. Ni hablar de la vez cuando en la prepa, una corriente de aire levantó mi falda y cuando reaccioné vi a todos mis compañeros del salón riéndose de mí, parecía que se les iban a salir los ojos, ninguno se molestó en advertirme, recuerdo sus caras y sus risas. Ese día no entré a las dos clases que me faltaban, me quedé en el baño llorando—.
Hasta ese momento, yo creía que se trataban de dramas míos, cosas banales que pasaban todos los días, que era normal, ¡y claro! ¿Cómo iba yo a dudar que algo que le pasaba a mis hermanas, amigas, incluso a mi mamá no era normal?