Perdiendo el control
Por Guadalupe Cedillo Mata
Actualmente vivimos en el mundo de los “debía”, los “hubiera” o los “sería”. Estamos experimentando con el pasado y jugando con el futuro mientras nos quedamos estancados en el presente.
Menciono algunos ejemplos: me encuentro escribiendo este texto durante la que debió haber sido mi última semana de clases en la universidad; de saber que no volvería a la escuela como una estudiante ese jueves tan ordinario, hubiera disfrutado más de la compañía de mis amigos; de estar en el exterior, a pesar de ser una persona naturalmente introvertida, sería mucho más feliz.
Las frases anteriores, si bien expresan deseos o remordimientos verdaderos, no dejan de ser falsos e irreales escenarios. Son una serie de abstractos condicionados por situaciones ajenas a mi persona pero que, al mismo tiempo, poseen un poder inmenso y directo sobre el cómo yo decido actuar diariamente.
Estas reflexiones no son un destello repentino que atraviesa el abismo mental de mi cabeza, pues encuentro que dicho tipo de reflexiones son, por el contrario, el resultado de horas y horas de confinamiento o distanciamiento de la vida en comunidad. He podido comprobar durante las últimas semanas que efectivamente el estar encerrada se traduce en versiones imaginarias y distorsionadas de nuestra realidad.
Me parece curioso el pensar que puedo vivir en diferentes tiempos y espacios sin siquiera moverme de mi habitación. Obviamente no soy la única persona en notar este fenómeno, dado que existen miles de autores que han hablado sobre el tema, pero ser testigo en carne propia de los trucos de la mente me genera la sensación de estar descubriédolo por primera vez.
Es así como vivo mi día a día en la cuarentena, imaginado lo que pude haber hecho de saber que se nos avecinaba una pandemia y planeando qué hacer una vez que ésta termine.
No obstante, entre tantos lamentos y deseos, me pregunto ¿realmente había forma de prever la crisis?, ¿cuándo terminará?, ¿cómo será mi vida una vez que regresemos a las calles?
Las preguntas anteriores tienen un común denominador: ninguna tiene una respuesta certera y todas se cuestionan situaciones fuera del tiempo presente. Esto me lleva a volver a analizar mis pensamientos y darme cuenta que, verdaderamente, lo que pongo a prueba todos los días es mi capacidad de controlar mi vida, la cual me ha sido arrebatada por un ser prácticamente invisible.
Extraño poder decidir cuándo y cómo salir sin preocuparme por enfermarme al otro día, anhelo el momento en que pueda abrazar a mis familiares sin pensar en que puedo contagiarlos, espero con ansias la oportunidad de asistir a mi ceremonia de graduación sin pensar en que estoy atrapada en una especie de incubadora infecciosa.
En circunstancias normales, estaría bajo mi control el decidir si salir o no, pues bastaría tener la intención de ir al cine o al parque para aventurarme afuera de mi casa; en circunstancias normales, estaría bajo mi control el decidir abrazar a un amigo o familiar, bastaría con querer hacerlo; en circunstancias normales estaría bajo mi control asistir a mi graduación para recibir mi diploma durante una gran ceremonia, bastaría con confirmar mi participación.
Hoy por hoy no tengo el control sobre ninguno de estos supuestos y creo que eso es lo que más me pesa.