¡Gracias México!
Por: Herlmer Escobar Ríos
Parafraseando a Gabriel García Márquez, muchos meses después, frente al computador de la sala, mis amigos y yo, habríamos de recordar aquella tarde en que recibimos por correo la confirmación poder estudiar en otro país y en una universidad tan bonita y prestigiosa como la Ibero Puebla.
Todo comenzó en agosto de 2017. En aquellos días, me encontraba estudiando en la Corporación Universitaria Minuto de Dios (Uniminuto) en la ciudad de Villavicencio, Colombia. Mientras terminaba de revisar mi correo, vi una publicación que mencionaba sobre la posibilidad de adquirir una beca para realizar la internacionalización, que consiste en estudiar un semestre en uno de los 23 países en los que mi Universidad tiene convenio.
A partir de ahí, comenzó mi sueño de viajar y estudiar en uno de los países –en mi concepto– más hermosos de Latinoamérica: México.
Como nunca me ha gustado viajar solo, motivé a Juan Morales, uno de mis mejores amigos, a que comenzara a hacer las gestiones conmigo. Después de convencerlo, Juan también invitó a otro amigo, hasta que en total éramos cinco los entusiasmados estudiantes que comenzamos a hacer las gestiones para realizar el proceso de Internacionalización en el mismo lugar, en la Universidad Iberoamericana Puebla.
Llegué a preocuparme, puesto que no pensé que todos pudiéramos ser admitidos por una misma Universidad, debido a sus cupos limitados y me estaba arrepintiendo de haber convidado a mis compañeros, pues era posible que algunos de nosotros no fuéramos aceptados. Por fortuna, en noviembre, todos recibimos con emoción la respuesta de aceptación de la Ibero y no lo podíamos creer, pues esta gran oportunidad de estudiar en el extranjero era algo que todos soñábamos, pero pensábamos que todo iba a quedar en eso, en un simple sueño.
Tanto mis amigos como yo, no podíamos dormir bien desde que recibimos la buena noticia, debido a todos los sentimientos encontrados. Salir del país y dejar por un tiempo a nuestra familia y amigos, conocer una cultura diferente, cambiar la rutina, la comida, entre otras cosas más. No había día en que no hablara con Juan sobre lo bien que seguramente nos iría en el país azteca y no perdimos el entusiasmo de viajar ni aun después de habernos enterado sobre el fuerte sismo que se registró en septiembre de 2017.
Así, llegó el anhelado y ansiado día. El calendario marcaba el 9 de enero. Luego de varias horas de vuelo, logramos pisar tierras mexicanas. Nuestra primera noche fue en la Ciudad de México. Una ciudad imponente, la más poblada de Latinoamérica, y lo primero que hicimos fue buscar un lugar para comer los famosos tacos al pastor que jamás había probado, pero que me parecieron… ¡deliciosos!
Al siguiente día nos levantamos temprano para viajar a nuestro destino: Puebla. Nos habían dicho que el clima era fresco y muy agradable, pero no contábamos con que eso significaba un clima a -1°C. Yo sólo llevaba un cómodo chaleco, pero que no me sirvió de mucho ante el frío tan “bestial” de aquellos días.
Para resumirles mi historia, tengo que decir que mi experiencia en México ha sido más que gratificante y que nunca olvidaré. Conocimos a personas con una nobleza y una amabilidad incluso igual o mayor que las de mi hermoso país. Gente que nos acogía en sus hogares como si fuéramos parte de la familia, llevándonos en sus coches a todas partes para que nos enamoráramos más de los atractivos turísticos que tiene México.
En estos cortos cuatro meses pudimos conocer lugares espectaculares como Orizaba, Zacatlán, Oaxaca, Veracruz, Ciudad de México y Acapulco. Cada ciudad es tan diferente y a la vez tan hermosa que definitivamente nos iremos para Colombia con la frustración de no haber tenido el tiempo para conocer mucho más de México.
Me voy feliz de haber sido parte de la Ibero Puebla. Sus aulas, los excelentes profesores y sus enseñanzas. El respeto mutuo, sin importar la creencia, cultura o ideología, es uno de los valores que más caracteriza a la Ibero y así me sentí desde el primer día, respetado en todos los aspectos.
También me voy muy contento de haber conocido parte de la gran variedad de la gastronomía mexicana. Mi paladar tuvo el honor y privilegio de haber probado los tacos al pastor, los burritos, las carnitas, las enchiladas, los tamales, molotes, esquites, quesadillas y cemitas. Aprendí a ponerle picante a todas las comidas, aunque tengo que admitir que, con sólo agregarle un poquito de estas salsas, me hacía transpirar e incluso llorar de lo fuertes que son.
Sin duda lo más bonito que me llevo de este país es su calidad humana. Siempre me sentí como en casa. Tanto mis amigos como yo, recibimos las mejores atenciones y el mejor trato en todos los sitios que visitamos. Ese será mi más grato recuerdo.
Sólo me queda por decir que siempre tendré en mi memoria esta bonita experiencia y me siento más que agradecido con Dios y con la vida por haberme dado esta oportunidad.
Tengo la esperanza y la confianza de que volveré para continuar maravillándome de todos los lugares que en esta ocasión no alcancé a conocer y también para visitar a todos los amigos que dejamos en México, pero que jamás olvidaremos. ¡Gracias México!