Feminismo: una lucha conmigo misma (Parte 4)
Kathya Tzompantzi López
Comunicación
Cuando nos vieron llegar, de inmediato tres chicas bajaron el listón que separaba los dos carriles de la carretera para permitirnos entrar y poder unirnos al contingente. Mis hermanas y yo no tardamos mucho en acoplarnos el ritmo y escuchar ese ¡aleeeeerta! que, instantáneamente, activa tus sentidos. Es el llamado al que todas respondemos: alerta que camina, la lucha feminista por América Latina.
Carteles arriba y nuestras voces aún más. Caminamos y caminamos, había gente mirando; me atrevo a decir que estaban ¿orgullosos? Muchos de ellos aplaudían, incluso logré escuchar una porra. Otros se limitaron a sacar sus teléfonos para grabar, no pude distinguir ni una expresión en sus rostros, los demás nos miraban sin entender muy bien lo que pasaba; escuché un “¿que no tienen nada que hacer?” de aquellos molestos por el cierre de la avenida principal.
Fui consciente de los 25º grados de sofocante calor gracias al sudor deslizándose por mi nuca y por como el sol me cegaba a ratos. Después de 1.6 km llegamos a nuestro destino: el centro de la ciudad. Mis pies ardían y juro que mis huesos lloraban al moverse, sentía la garganta terriblemente rasposa y el par de gallos que se me salieron no me dejaron mentir: ¡y tiemblen y tiemblen y tiemblen los machistas que América Latina será toda feminista!
Nos detuvimos justo frente al Palacio de Gobierno, éramos muchas, muchísimas. Nos recostamos en el suelo; sucísimo, por cierto, y con gises seguimos el contorno de nuestros cuerpos simulando una escena del crimen perfecta: sin culpables, sin justicia. Pensamos en María, Rosario, Mara, Pamela, Ingrid, Fátima y muchas más. Cada vez que un nombre se mencionaba, podía sentir mi corazón estrujarse y faltaba poco para que el diluvio de mis pupilas comenzará. Sólo podía pedir que no hubiera una siguiente, que la lista no aumentara nunca más.