Un largo camino a casa
María Díaz Pini
Estudiante de Ingeniería en Logística
Es una noche de invierno, uno de las más fríos, otra vez proclaman que el mundo terminará, pero llevan haciéndolo durante años. Profecías que se cumplen y profecías que se olvidan. En la iglesia existe un pequeño refugio, hombres y mujeres, que ante la pérdida de todo lo que alguna vez han amado, buscan socorro en las palabras del elegido. La promesa de un cielo y un infierno, para esta tierra tan perdida, donde nadie parece entender y a nadie le parece importar, nunca queda demás.
Que el individuo que ha asesinado, robado y engañado, se pudra en el infierno, pero que los resilientes y los solidarios sean bendecidos con la gloria eterna. Y los cantos comienzan. Entonces ven. Calma tus ímpetus, entra con tu amor, deja tu miedo de perder, abandona tu guerra y olvida tu agotamiento. Hoy te has preocupado y hay algo que te molesta. ¿Es eso todo lo que eres?,¿preocupaciones y problemas?, ¿una víctima más del sistema, del capitalismo, de tus padres, de la ira de los dioses y de los gobernantes? Y lo que Hollywood nos dice, nos vende, llenando de propaganda sus películas, incrustándose en el subconsciente del espectador con la promesa de una vida mejor, en otro lugar, con otra gente, sólo para que ellos ganen dinero, gracias a la desesperación, a las ganas de abandonarse a uno mismo para ser alguien más por un rato.
Las historias para niños no existen, los niños ya están dormidos, pero el imperio no tiene cabida para sueños y esta noche, aquí, es sólo para adultos.
Hoy es un camino largo a casa, escucha a estos devotos, si no comulgas por lo menos hazlo con los cantos, a pesar de que estos no sean voceros de tus exactos sueños, exactos miedos, escucha. Deben haber existido canciones esperanzadoras antes de que él llegara, porque siempre ha habido noches malas como esta, algo que pudiera levantar el ánimo de que otra noche, pudiera iluminar el camino a casa, eliminar las preocupaciones, desaparecer los límites entre nuestras tierras, nuestros cuerpos, nuestras historias, en su totalidad falsos sobre quién somos en realidad: lo que nos han dicho que somos.
Y entonces lo ves, pequeño y frágil, ha venido a salvarnos, pero muchos lo desdeñan, dicen que él no es el mesías, no será quien nos redima, y según avanzas el camino a casa, desearías haberlo cargado, sostenerlo aunque sea sólo por un rato, darle el cariño que parecía necesitar y que tú podías dar, simplemente tenerlo muy cerca de tu corazón, dejándolo dormir sobre tu hombro, como si tú, de alguna forma, podrías ser quien lo salvara. Por un momento no te importaría quién eres, por un momento, tampoco importaría quién dicen los césares que eres.
Los cánticos continúan, pronunciados por hombres y mujeres que has visto antes en la calle, pero has olvidado, no te preocupes, ellos tampoco te recuerdan, comparten el anonimato, caras comunes, indignas de ser recordadas, a menos que la persona detrás de aquel rostro haga algo muy malo o muy bueno, para ser merecedor de una mirada. Nuevamente es tiempo. Y debes recorrer solo el camino a casa esta noche helada, te atormentan los pensamientos en tu cabeza que simplemente puedes ignorar, mientras que hay otros que no dejan de re- sonar dentro de tu cráneo.
Curioso es, que lo importante siempre es más fácil de reprimir. Llegas a esa casa, en la calle donde vivías en tu infancia. La puerta rechina, reina la oscuridad y la soledad, pero ellas no te molestan, han llegado a volverse tus amigas. Una mujer identificada como tu esposa, estaría sentada en la silla del rincón, aunque realmente nunca se casaron, jamás la has visto pero aún así la has conocido durante años. Te acuestas en la vieja cama de tu padre, que murió y te dejó cuando aún eras muy joven, cuando no tenías las herramientas suficientes para ver por ti mismo, y todavía no las tienes. Lo recuerdas, enfermo, yaciendo inmóvil, necesitándote como ahora tú lo necesitas a él. Pero no hay nadie, sólo estás tú. Tu juventud te fue arrebatada muy rápidamente, te sientes ajeno al mundo que te rodea, pero has logrado evitar que te importe, sabes que todos morirán eventualmente. Te quedas dormido, en tus sueños siempre vuelas, pero nunca puedes volar más allá de cierta altura. Un estruendo te despierta, un sueño más que se te escapa. Bombas caen del cielo y tú sólo esperas ahí, hincado.