El infante/ Cuento
Escrito por Luis Soriano Ortiz
Estudiante de comunicación
Sentí la tristeza del vacío por primera vez en mucho tiempo. No era la nostalgia del pasado que se fue a la mierda o la melancolía del sinsentido existencial, era el desgarrador sentir de un pecho desmoronado por la permanencia de una pérdida.
Rabia impotente pura, por la muerte de un inocente, un estado incapaz de ser procesado en palabras. El llanto silencioso de respiración tan profunda como agitada era lo único que quedaba ante la visión nublada por preguntas que me hacían repetir incesantemente lo ocurrido minutos atrás.
La voz aguda de mi mamá mentado madres a dos puertas de distancia penetró mis tímpanos, ¿Habrá sido alguna pelea con mi padre? ¿Estará bien? Abrí la puerta para encontrar a mi papá agachado haciendo la señal de que me fuera. Se veía triste, oculto en el estoicismo de una generación perdida.
Como en repetidas ocasiones de una infancia perdida y corrupta por el paso del tiempo me senté a escuchar la ansiedad de mi madre, en esta ocasión no fue ninguna pelea, o dolor físico sino la muerte inesperada de un infante. Iba a ser primo de un niño 21 años más joven…iba.
Me imaginaba, corriendo por el patio, cargándolo en mis hombros, comprando helado y enseñándole a usar la cámara fotográfica, tal y como su padre lo hizo conmigo años atrás. Una imagen velada por una llamada telefónica; sueño silenciado en cuna vacía y zapatos permanentemente nuevos.
“Chingada madre” se convertía en el alarido de un trauma pasado, una hermana perdida años antes de mi existencia, un cuerpo inmóvil en la memoria de una madre expectante; un dolor incomprensible para cualquier hombre… el dolor del no nacido en brazos de su madre. Escuché pasos.
Regresé al cuarto y pretendí trabajar en una nota que, francamente, ya no pensaba terminar. Mi padre entró, me explicó aquello que ya sabía y se quedó sentado a mi lado observando a la pantalla con la misma miseria que yo. ¿Habrá presenciado el nulo avanzar de las letras en la pantalla?
La casa no había estado tan silenciosa en mucho tiempo… sentía las punzadas de la puta impotencia. El grito ahogado en la almohada se presentó ante mis oídos seguido por un llanto distinto a cualquier otro. Jamás había escuchado tanta devastación en las lágrimas de mi madre, una amargura distinta a cualquier otra.
Quizás se imaginaba siendo tía de nuevo, persiguiendo a su sobrino con la felicidad con la que persigue a sus sobrinas nietas o viendo películas infantiles en el sillón de su casa acompañada por los comentarios y risas de un niño. Ilusiones ahogadas en un llorar intenso.
El silencio se asentó con pasos hacia el baño. Me paré, se veía frágil, inocente y pequeña, como un infante, la abracé con el mismo amor con el que ella me tomó en brazos, una estructura huesuda pero cariñosa. Una lágrima silenciosa salió de mi ojo, aterrizó en el hombro de mi madre