El mundo en el interior
Por Paloma Fernández Peña
La resignificación de la cotidianidad ha sido una de las actividades principales en la (in)comodidad de mi cuarto, que se ha vuelto un campo minado con recuerdos de la vida en la “normalidad”. En un día normal, me levantaba en un sonar y callar de la alarma, apurando paso para intentar llegar al menos a los 15 minutos de tolerancia; desayunaba lo que fuera en el transporte, porque en casa aprovechaba para prepararme como fuera para salir corriendo. Dependiendo de la época del año, intentaba compensar en 20 minutos las tres o cuatro horas de sueño que me faltaban por trabajos, tareas o pensamientos del día siguiente o el pasado.
Lo que más recuerdo de llegar a un salón era verte, saludarnos y quejarnos o reírnos anhelando vernos al día siguiente o a los dos días, comer en las horas libres o saludarnos en los pasillos, esperar vernos o sabernos en el mismo lugar, compartir tiempo y espacio. Los días normales nunca se habían sentido más extraños, y lejanos.
En el techo y en las horas recuerdo los momentos que la vida universitaria me ha dado, los espacios y el aprendizaje valioso que hoy se proyectan con nostalgia, pero no con tristeza, mientras repaso mis amigos, mis espacios, mis tutores, que me han dado mucho, tanto como profesionales como personas.
La distancia es el ente más fuerte para la reflexión, algo que he convertido en una afirmación estos meses. Este tiempo no ha hecho más que darme golpecitos en la nariz con la realidad que evadí, y no soy la única, la realidad de sentarme a convivir conmigo misma a reconocer mis errores, mis defectos, mis miedos, mis incompletos, las cosas de las que yo decía estar consciente pero no hay nada más alejado de la realidad.
Todo suena tan dramático al inicio, pero el reconocimiento de mi persona ha sido de las experiencias más completas que he tenido: ha habido drama, acción, amorío, explosiones (no de forma literal por supuesto), llanto, risas y un toque de suspenso, algo que, como estudiante apasionada de todas las artes, agradezco no sólo ser espectadora sino protagonista de toda esta trama.
En los créditos reitero mis agradecimientos a todo el reparto que hizo posible este gran proyecto personal, y que su cariño lo ayudó a crecer hasta ser el primer logro de esta cuarentena.
En este instante no hay nada más distante que los abrazos, las pláticas y pedazos de nuestra vida en la “normalidad”, y no sólo me refiero al distanciamiento social. De las ruinas surgen los cimientos de algo más grande y mejor, de la consciencia y cambio individual en lo colectivo, surge un nuevo mundo que acepta con sólo existir, en el que caben muchos mundos con muchas cosas y muchas personas, que mirando al techo se arman pedazo a pedazo para ser mejores con los recuerdos de su vida en la antigua normalidad, que están dispuestos al proceso que implica el deconstruirse y saberse, desde su mundo interior.