EPIFANÍA
Graciela Olmedo Brito
Licenciatura en Filosofía y Literatura
El talento nato facilita el camino, pero es la constancia la que lo vuelve realmente fructífero. Desde que era pequeña estuve vinculada con el arte, desde el teatro, la pintura o la escritura siempre estaba buscando crear por medio de él. Siempre me ofrecía un lugar seguro en donde podía ser yo misma. Probablemente tenía unos seis o siete años la primera vez que agarré un pincel en un taller de pintura, fue en ese momento en el que, lejos de mis juegos de la infancia, me propuse aprender las bases del arte. Durante muchos años salí y entré a talleres de pintura, con el tiempo los abandonaba por alguna otra actividad que llamaba más mi atención; no obstante, como amante terca, al final del día invariablemente volvía a sentarme ante mi caballete y tratar de pintar una vez más.
Entrar a la Universidad me dio la oportunidad de conocer un sinnúmero de talleres sobre los que nunca había escuchado antes, como el de joyería o danza africana, por lo que de pronto me sentí agobiada, pues había tanto de dónde podía elegir y aprender que no sabía cuál camino tomar. Por un evento en especial terminé inscrita en el taller de grabado, sin embargo, al concluir mi primer semestre, fuera por destino o casualidad, me vi de vuelta en el taller de pintura donde por primera vez me daría la posibilidad de aprender el valor de la constancia. Como mencioné anteriormente, el talento que había heredado y la facilidad para ilustrar no era el absoluto que podía ofrecer en mi totalidad como artista. Esto es algo que mi nueva maestra me inculcó.
Así, el proceso, la técnica y la habilidad para soltarme más con el pincel fueron herramientas hermosas que me enseñó el taller y que nunca en ninguna otra oportunidad practicando pintura me había permitido explotar. La constancia e insistencia de mi profesora, que al principio encontraba pesada, terminaron por formar a la artista que hoy por hoy entiende que siempre se puede dar más. Estar ahí fue y sigue siendo una de las mejores experiencias universitarias que tuve, pues los seis semestres de trabajo arduo trajeron a la luz cuadros que nunca pensé que sería capaz de realizar, y aunque a veces el tiempo se nos venía encima, siempre todos los alumnos lográbamos terminar las obras a tiempo (o casi).
En el taller no solo encontré mi estilo y habilidad, sino que también tuve la suerte de hacer nuevos amigos, e incluso pude conocer uno que otro amor pasajero que de alguna forma solía dejar rastro de ellos en mis cuadros. Por supuesto también hubo diversión, pero ella continuamente estuvo ligada al compromiso, un compromiso que más allá de la clase era con uno mismo, pues el único límite para lo imposible lo ponía yo.
Debido a lo anterior, quiero expresar mi eterno agradecimiento por lo que descubrí de la pintura y de mí misma en el taller; sus fundamentos me han servido no sólo dentro del aula, sino también para mi vida en general, por ello, aunque al inicio pensé que no podía aprender más de lo que ya sabía, la gran epifanía como artista vino cuando una vez más me di la oportunidad de inscribirme al taller de pintura.
Hoy les hago una sincera invitación a los estudiantes de las nuevas generaciones, pues todos tenemos un artista dentro. Aprovechen la oportunidad de explorar cualquier taller artístico que les llame la atención. Les prometo de todo corazón que no se arrepentirán.