Rayuela en París/ Cuento
Escrito por Jesús Güemes Ramírez
Literatura y Filosofía
Eduardo Castro le recomendó que para visitar París se llevara el libro de Julio Cortázar, Rayuela. Félix no era un gran aficionado de la lectura, consideraba que solo la gente con dinero y tiempo de sobra podía tener este hábito, pero usualmente seguía los consejos de su viejo amigo, sobre todo los que menos encajaban con su personalidad porque creía que así era como la vida se podía llegar a disfrutar más.
El primer amanecer en el que vio la uniforme ciudad, «donde se hacen las películas de arte —solía decir su bonita hermana, Mariam», antes de abrir por primera vez Rayuela, se detuvo a reflexionar sobre ese momento. Quizás podría disimular que tenía tiempo y dinero de sobra hasta el siguiente día cuando tuviera que asistir a documentar la reunión entre los ministros de Argentina y Francia. Entregado a la repentina inspiración, dejó el libro en la mesita del balcón y regresó con un cigarrillo en la boca, dio unas tres caladas, contemplando los muy agraciados y sucios tejados de los edificios de enfrente, se burló de su propia ironía y comenzó la lectura.
Entonces comprendió por qué Eduardo Castro le recomendó llevarse ese libro a su breve visita de París. Inconscientemente se imaginó a sí mismo caminando por las calles y puentes descritos por el narrador, pero lo que más le llamó la atención fue la mujer conocida como la Maga. «Un detalle muy acertado dotarla de misterio refiriéndose a ella por este nombre», valorizó.
A medida que fue avanzando de capítulos más curiosidad y deseo sentía por la Maga. Sin embargo, no lo entendía. Ni aunque fueran las calles de París podía llegar a existir una mujer así, o por lo menos una relación como la que tenía con Oliveira, el narrador de la historia.
Al final del quinto capítulo cerró el libro con la imagen clara de la última escena descrita. La duda quería instalarse en él, pero se vio tan inmerso en la narración que deseó conocer a una mujer como la Maga y tener lo mismo que tuvo Oliveira con ella. ¿Qué tipo de hechizo contenían las palabras dentro de Rayuela para hacerle eso, para querer dejarse llevar por la pasión al igual que lo hizo el protagonista?
Le llegó la melodía emitida por un saxofón, algún artista callejero en busca de algunas monedas. «¡Qué parisino!», exclamó con una expresión de júbilo, estirándose en la silla. Solo faltaba que se encontrara a la Maga a la vuelta de la esquina. El segundo cigarrillo se consumió. Cerró los ojos y en compañía de la melodía se imaginó a sí mismo tomando el lugar de Oliveira, paseando y retozando con la Maga.
Después de sus ensoñaciones y de tomar un desayuno sencillo, regresó al balcón de su habitación y continuó con la lectura, pretendiendo tener dinero y tiempo de sobra, como si se lo hubiera recomendado su viejo amigo, Eduardo Castro.
Por lo menos hasta el momento en que su empleo lo hiciera regresar a la realidad.