Crisis ambiental: la urgencia de otras visiones
Gabriela Pérez-Castresana*
La crisis ambiental contemporánea es la mayor amenaza que afecta a la humanidad en toda su historia. Contaminación de ríos, mares, destrucción de hábitats, pérdida de biodiversidad, y muchos otros desastres ecológicos se observan por doquier. Me sorprende que estemos causando tales daños de magnitudes desproporcionadas en estos tiempos de la “razón triunfante”, como si desconociéramos las implicaciones de las acciones generadas. Lo cierto es que la suma de conocimientos alcanzados en estos últimos dos siglos sobrepasa largamente todo lo que había podido conocerse anteriormente, y sin embargo lo irracional es más actuante que nunca.
He dedicado tiempo pensando en esto, tratando de entender el porqué de esta actitud violenta, de falta de respeto hacia otros seres vivos. Antes pensaba que se trataba de un problema de ignorancia o desconocimiento, pero luego me di cuenta de que la inconciencia ambiental y la insensibilidad, no discriminada entre profesiones, nivel socioeconómico o grado de estudio, y aún entre los biólogos, gremio al que pertenezco, estaba presente la frialdad y la visión mecanicista de la naturaleza.
Una percepción de “naturaleza máquina”: sistemas ecológicos compuestos por un conjunto de “piezas” (animales, plantas, tierra, agua, etc.), las cuales se saben necesarias para su funcionamiento, pero nada más. Una visión equivalente a la de un mecánico, que conoce el mecanismo de un vehículo y el rol de cada pieza para que éste opere correctamente. Entonces comprendí que los conocimientos por si solos, no son suficientes para garantizar un cambio de acción.
La problemática socioambiental es una evidencia de la necesidad de un cambio en nuestros enfoques. Es tiempo de reflexión. Es tiempo de cuestionar con más fuerza a la racionalidad de la modernidad, y de asignarle más importancia a fundamentos éticos filosóficos y a otros aspectos que pudieran servir de impulso para encausar nuestro rumbo y posibilitar una relación más armónica y de respeto con nuestro entorno.
Los daños que hemos hecho y le hacemos al planeta revelan en gran medida, la manera en cómo lo percibimos. Detrás de cada acción se esconde una cierta lógica y visión del mundo. La visión sagrada de la tierra se esfumó en la modernidad, y la ciencia contribuyó con la perspectiva mecanicista de la naturaleza, en la cual ésta se concibe como una máquina, que puede ser descompuesta en piezas para conocerla y conquistarla por la metodología científica, observándose separada del hombre, como un instrumento a merced de éste para alcanzar su idea de “progreso” basado en un crecimiento ilimitado de los bienes materiales.
La imposibilidad de respuesta ante los desafíos sin precedentes de este mundo problematizado, manifiesta la necesidad de concebir un nuevo modo de pensar que posibiliten la construcción de un conocimiento más interconectado con la realidad y la vida misma. Se ha pretendido, mediante el paradigma científico tradicional (empírico analítico), subsumir bajo un único método a todo saber, aplicando leyes generales para las explicaciones. Sin embargo, este se ha demostrado totalmente incapaz para explicar la complejidad de los procesos típicamente humanos.
Las evidencias muestran que la ciencia y el pensamiento racional, no son suficientes para sostener a la humanidad y transitar por el camino de la sustentabilidad, por lo que es tiempo de considerar seriamente, otros aspectos, que, aunque intangibles, forman parte de la realidad humana y determinan su conducta, tal como lo es la dimensión espiritual.
Es tiempo de dejar las visiones simplistas en torno a la ciencia, considerándola como la única vía para comprender los problemas, y encontrar soluciones. No podemos relegar al infierno de la subjetividad a todo conocimiento diferente al científico y rechazarlo con desprecio, sobre todo considerando que la ciencia emerge de un paradigma humano, pues si reflexionamos sobre el conocimiento que actualmente poseemos, nos daríamos cuenta que este sería diferente si hubiéramos vivido en otra época. Cada orden civilizatorio o estructura histórico-social establece su propia racionalidad (modo de pensar y conocer). Las respuestas a las preguntas que se plantea el humano están condicionadas entonces por dicha racionalidad, y las distintas formas en las que esta se despliega son los paradigmas, los cuales pueden concebirse como un modelo de acción para la búsqueda de conocimiento. Los paradigmas muestran la diversidad de las formas de conocer de una época y cada uno de ellos constituye un modo común fuera del cual no es posible conocer. Es por lo tanto fundamental, distinguir la naturaleza relativa de todo paradigma y tener claro que a través de este no se obtiene una descripción exacta de la realidad. En este sentido decir que la ciencia es totalmente objetiva, siendo la única forma de obtener conocimiento, y a través de la cual vamos a conseguir la solución a los múltiples problemas, sería un planteamiento ingenuo.
Urge entonces ampliar la mirada de lo que se considera realidad a fin de aumentar el rango de acción sobre el que es posible generar un cambio en beneficio de la humanidad y del planeta. Asimismo, se deben considerar otros elementos que, aunque inaccesibles a la medición científica, forman parte de la realidad humana, como lo es la Espiritualidad, pues ésta influye no solamente en la experiencia más intima de las personas, sino también en sus comportamientos y en el modo de relacionarse. De acuerdo a la OMS “Espiritual” se refiere a aquellos aspectos de la vida humana que tienen que ver con experiencias que trascienden los fenómenos sensoriales. La espiritualidad no se expresa o se restringe necesariamente a una religión, aunque para muchos la dimensión espiritual de sus vidas incluye un componente religioso. La espiritualidad es un elemento importante en la vida cotidiana y tiene que ver con la percepción de un significado profundo o propósito en la vida, con la necesidad de trascender la experiencia inmediata y ver la propia vida dentro de perspectivas más amplias, que orientan la existencia y ofrece marcos de sentido que permiten albergar la esperanza.
En estos tiempos, será necesario entonces, fertilizar la dimensión espiritual, pues no es posible lograr una armonía ambiental fundada en la pobreza del ser interior. Se trata de un desafío humanizador, se trata de conseguir un impulso permanente para alcanzar la sustentabilidad.
*Académica de tiempo del Instituto de Investigaciones en Medio Ambiente Xabier Gorostiaga, S.J.